Una
mañana me puse mi cortita minifalda de mezclilla, y justo antes de salir pensé
en cambiarme de tanga, en el último momento, porque esas eran de licra muy
ajustadas y me tiraban de los labios pequeños. Me bajé la tanga sin quitarme la
falda, sacándolas por los pies, y fui a mi habitación a por otras más cómodas;
¡pero andando por el piso me di cuenta que ya me sentía cómoda!, —sentir el
fresco del aire de la mañana en mi panocha me hizo sentirme viva y
excitada— y pensé; ¿porque no salgo sin
tanga? Pensé, y con esa faldita tan súper
corta y mi pelo suelto por la espalda "sería una bomba para las
miradas de deseo", ¡y eso hice!
Con mi
falda vaquera y sin tanga baje por la escalera, y me miré en el espejo interior. Levanté la la
falda y me gustó ver mi panocha rasurada reflejada en él espejo, y también me
gustó el hecho de sentirme observada,
tocando mi panocha con el dedo,
"paseándolo por mi raja de abajo arriba" y poniendo después la falda
en su sitio. Cuando salí de casa el vecino me saludo. llamé a un taxi, al subir
en el comencé a ser mala, ¿cómo?, pues me senté en el centro del asiento
trasero, con las piernas abiertas, juntándolas cada vez que el taxista volvía
la cabeza en un semáforo dándome conversación, para poder verme mi panocha húmeda; dejándolo que me viera el todo
"solo un momento", jajaj, "estaba ardiendo el hombre, era un
cincuentón, ¡ni me cobro la carrera siquiera!, y me dio las gracias confundido
y excitado, viéndole yo el bulto en el pantalón —los de cincuenta también se
empalman— pero necesitan belleza enfrente,
y yo soy muy guapa.
Bajé del
taxi dos calles antes de llegar a mi trabajo y caminé un rato; sintiendo el
fresco de la mañana acariciar mis piernas al andar; ese frescor también tensaba
la suave piel desnuda de mi panocha recién rasurada. Me gustó sentir como bajo
la falda los labios mayores de mi
panocha se rozaban entre si al caminar, sin tanga que impidieran el movimiento
natural de mi suave y abultada grieta carnal. Era como si el frío de la mañana
entrara en mi raja penetrándome, "calentándome al sentirlo entrar en
mi", y dándome frío a la vez. Los altos tacones de mis botines
intensificaran esa sensación, por el movimiento continuo y más marcado de mis
caderas, las cuales se movían al ritmo de mi calzado.
Después
de caminar un rato en dirección a mi trabajo, vi una cafetería que estaba una
calle antes de donde desayuno habitualmente. Era una cafetería donde no había
entrado antes, y casi seguro que no conocería a nadie, por eso la elegí, para sentir y experimentar allí mis
ansias de mostrarme a gente desconocida, como una exhibicionista caliente, que
ansiaba que miraran su desnudez íntima y la desearan, ¡eso sí!, quería que no
pareciera acaso hecho.
Me senté
a desayunar en una mesita de la cafetería, me alisé el pelo y separé mis muslos, apuntando mis piernas
abiertas bajo la corta minifalda a una mesa donde había dos chicas y un joven.
El joven miró mi rajada rasurada desde
tres metros de distancia, y después de recrearse unos minutos con "mi piel
rajada" cuchicheó con las dos chicas que estaban con él. Una de ellas muy
bajita pero muy guapa comenzó a mirarme con la boquita abierta y sin disimulo,
"yo hacía como que no me daba cuenta de que se me veía la panocha".
La joven bajita y morena tendría mi misma edad más o menos, veintiséis años, la vi acercarse a mí y preguntarme.
—Hola,
¿me puedo sentar un momento aquí contigo?
—dijo sonrojada, y le dije que sí.
Sentada
junto a mí me dijo que se me veía la panocha desde enfrente, sin tanga, por si
no me había dado cuenta que la ausencia de tanga dejaba ver mi "puerta
interior"; también me dijo que yo era una mujer madura muy guapa; yo le
contesté.
—Gracias
hermosa, tú también eres muy mona, no sabía que se me había visto la rajita,
gracias;
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Me incorporo y le sonrío metiéndome el pecho dentro del escote y bajándome el vestido que se me había subido. El vestido es sencillo pero elegante, me gusta. Al quitármelo me doy la vuelta de manera que mientras mi rostro está cubierto por el vestido mis senos, mi panocha se encuentren frente a el.