En mi
primer trabajo conocí a un chico con quien de inmediato se dio el click. Cada
vez que le era posible se acercaba a mi escritorio y conversábamos y nos
reíamos. Debido a sus obligaciones, mi jefe salía de la ciudad con bastante
frecuencia y sus ausencias se prolongaban hasta por quince días, así que las
oficinas se quedaban solas además de que estaban muy apartadas del resto del
edificio central. Una mañana llegó a mi oficina y preguntó por mi jefe, le
contesté que no estaba y entonces él sugirió que sería bueno tomar una siesta
en la alfombra del privado. Muerta de risa le dije que sí, que por mí no había
ningún inconveniente. Entró a la oficina y puso el seguro por dentro. A los
pocos minutos me llama a mi extensión y me pide que vaya con él. Abre la puerta
con sigilo, se asoma a ambos lados para comprobar que no hubiera nadie y me
permite el paso. Por su actitud intuí que algo más sucedería. Y así fue.
Por
obvias razones no podíamos desnudarnos por completo así que sólo dejamos al
descubierto las partes necesarias para cogernos. El era delicado a la hora de
amar y le gustaba mucho usar la lengua. Tenía una verga gruesa y larga, todo lo
contrario de mi primer novio, y yo me daba vuelo mamándosela. Tendida sobre la
alfombra me hizo un 69, yo tocaba el cielo a cada una de sus lamidas sobre mi
clítoris y de vez en cuando sacaba su verga de mi boca para respirar porque
sentía que me ahogaba. Metía su lengua por mi vagina y después hacía el
recorrido obligado: del clítoris al ano y luego de regreso así varias veces en
tanto yo le chupaba la cabeza y recorría el tronco con mi lengua.
Nos
pusimos de pie, se sentó en una silla y me pidió que me montara de frente sobre
él. Acomodando su verga en la entrada de mi panocha fui bajando poco a poco
sintiendo cómo se abrían mis pliegues. Con sus manos en mi cintura, me movía de
atrás hacia delante para estimular mi clítoris, luego en círculos para que la
cabeza de su pene rozara todo mi interior, y finalmente de arriba hacia abajo.
Cambiamos de posición: yo de a perrito sobre la alfombra y él detrás de mí. Me
pidió que separara más las piernas y que inclinara la espalda hacia abajo,
hasta que mis pezones quedaron tocando la alfombra. Esta postura me excita
mucho porque creo que es la mejor para que las mujeres nos entreguemos por
completo dejando expuestos el culo, la vagina y el clítoris a nuestra pareja, y
así estaba yo: completamente empinada, escurriendo jugos y a la expectativa.
Quiero aclarar que él no gustaba de usar los dedos a la hora de coger, porque
es importante para lo que siguió. Con mi intimidad a sus expensas, sentí su
tremendo vergón perforando mi vagina hasta el fondo.
De pronto
sale de mi interior y escucho que escupe saliva al mismo tiempo que siento una
humedad un tanto fría en mi ano. En ese momento ni se me ocurrió pensar lo que
pretendía hacerme hasta que volteo y lo veo con su verga en una mano y con la
otra separando mis nalgas. Quise oponer resistencia pero él me acarició la
espalda y tiernamente me obligó a regresar a esa posición. Sentí cómo movía la
cabeza de su pene en la entrada de mi culo lubricándolo con su saliva. Yo
estaba temerosa porque mi ano estaba totalmente cerrado y porque nadie jamás me
lo había metido por ahí, ni siquiera unos dedos lo habían penetrado.
Empezó a
abrirse paso con lentitud, pero el dolor hizo que me incorporara de golpe. Le
pedí que no siguiera pero él me retuvo inclinada por la espalda. Yo pensé que
una vez que entrara la cabeza el dolor iba a disminuir pero sucedió todo lo
contrario, y él continuaba empujando lento pero sin detenerse. Empecé a llorar;
él me pedía que me tranquilizara y me decía que todo iba a estar bien, pero las
oleadas de dolor me recorrían todo el cuerpo y lo único que quería es que
dejara mi culo en paz. De pronto se quedó quieto, supongo fue cuando ya la
tenía toda dentro. Se recargó sobre mi espalda y empezó a acariciar mis pezones
oprimiéndolos con suavidad, luego mi clítoris, masajeándolo despacio. Se separa
de mí y vuelvo a sentir movimientos en mi ano. Estaba saliendo no tan lento
como había entrado pero el dolor había cedido un poco.
De nuevo
me vuelve a ensartar por atrás y como mi chiquito ya estaba dilatado entró más
fácilmente, fue cuando empecé a sentir placer y a pedirle que me diera más
duro. Él obedeció mi indicación embistiéndome con rapidez. Yo jadeaba como
nunca, apretando mi esfínter con fuerza porque quería retenerlo dentro. Llevé
una de mis manos a mi vagina y me sorprendí por tantos jugos que había en ella.
Una sensación riquísima me invadió: mi primer orgasmo anal. "Te estás
viniendo…, tus contracciones…" me dijo entre suspiros, y yo respondí que
sí con un hilo de voz.
A los
pocos minutos me enterró su verga hasta el fondo y se vino él también. Nos
dejamos caer sobre la alfombra. Yo estaba exhausta, dolorida y muy satisfecha.
No teníamos mucho tiempo para recuperarnos por el hecho de estar en la oficina
de mi jefe, así que nos arreglamos la ropa y salimos cautelosamente. Siempre
que termino de coger, procuro no limpiar el semen que me queda en mi panocha o
en mi culo porque me gusta aspirar el aroma a sexo que se desprende después de
estar con alguien y obvio, esta vez no fue la excepción, así que regresé a mi
escritorio con la entrepierna mojada de su leche y de mis jugos y me senté un
poco de lado por mi ano deliciosamente lastimado.
Desde esa
vez procuro pedirle a mis parejas que me cojan por mi chiquito, pero de todo
hay en este mundo y cuando estoy con alguien a quien no le gusta hacerlo, no
sé, siento como que no disfruto por completo, que algo me hace falta para gozar
totalmente porque he comprobado que los orgasmos vaginales sí son ricos, o
cuando me vengo masturbando mi clítoris yo misma o mi pareja también es
placentero, pero cuando tengo un pene abriendo mi culo o yo introduzco algún
juguete por mi ano, sencillamente toco el cielo. Es una sensación maravillosa e
incomparable. Espero les guste esta historia. Besos.